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lunes, 24 de junio de 2019

LOS EFECTOS DE LA CRISIS EN LOS HOGARES

Por: Carlos A Venegas M. ps
Esta crisis está provocando un amplio aumento de la vulnerabilidad social y un incremento de la desigualdad social en latinoamerica. Llegar a situaciones de exclusión social, además, muchos hogares han visto precarizarse sus condiciones de vida. En América Latina y el Caribe ser indígena, negro, mujer o discapacitado aumenta las posibilidades de pertenecer al grupo de los excluidos socialmente. La exclusión social se define como una escasez crónica de oportunidades y de acceso a servicios básicos de calidad, a los mercados laborales y de crédito, a una infraestructura adecuada y al sistema de justicia. Sólo en los últimos años se le ha dado mayor atención y análisis a una compleja serie de prácticas sociales, económicas y culturales que tienen como resultado la exclusión social y el acceso limitado a los beneficios del desarrollo para ciertos grupos de la población, por ejemplo en Colombia hoy en día se le da mayor interés a grupos como LGTB, exiliados venezolanos  y  la guerrilla. Irónicamente, en América Latina y el Caribe  los excluidos nos son una parte minoritaria de la población. En varios países los indígenas y grupos de ascendencia africana constituyen la mayoría. Estos últimos son considerados como los más invisibles de los invisibles: están ausentes en materia de liderazgo político, económico y educativo. A pesar de su invisibilidad, se estima que constituyen cerca del 30% de la población de la región. Brasil, Colombia, Venezuela y Haití tienen las concentraciones más numerosas de personas de raza negra.
¿Ha afectado la crisis económica a la cohesión de la sociedad como la nuestra, y en concreto al aumento de los sectores excluidos? Un informe de España  la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada) y Cáritas a partir de sendas encuestas, la primera de 2007 y la segunda de 2009, demuestra que la crisis económica ha sido la gota que ha colmado el vaso en muchos hogares que ya atravesaban una situación precaria, si esos es en España que podemos decir  en nuestra América Latina y del Caribe cuando un gran número de inmigrantes se vuelcan hacia Estados Unidos de Norteamérica como único recurso para la sobrevivencia. .1 Conviene no olvidar que los procesos de exclusión social y vulnerabilidad de nuestro modelo de integración no son fenómenos nuevos generados por la crisis. Más bien al contrario, se nos han mostrado como características estructurales de esta sociedad, que no hemos sido capaces de transformar significativamente con los recursos que tenemos y que ahora la crisis viene a ampliar y a intensificar.2 Lo novedoso es que ahora la situación social de los sectores más necesitados difícilmente puede obviarse en la agenda pública. El conjunto de factores que perfilan el riesgo de exclusión social (dificultades para hallar una vivienda, desempleo, falta de estudios en algunos sectores del país, pobreza, mala salud, dependencia física y psíquica por la violencia, problemas de relaciones personales, de aislamiento social alterando la unidad de la familia) está creciendo en la actual situación de crisis. El resultado es lo que se vive el día a día, secuestros, atracos, homicidios, violaciones y los más desmoralizante la corrupción de los integrantes de un gobierno, los políticos. En mi país se dio a conocer un documento de estudios de economía regional del Banco de la República, titulado ‘La exclusión en los tiempos del auge: el caso de Cartagena’, elaborado por Jhorland Ayala García y Adolfo Meisel Roca, codirector del Emisor. Esta investigación, que también analizó la vulnerabilidad ambiental de La Heroica, describe los más importantes indicadores socioeconómicos de esa ciudad frente a otras 12 capitales colombianas, y allí se evidencia un rezago relativo de Cartagena en materia de pobreza y cobertura de servicios públicos básicos. “En términos ambientales, la vulnerabilidad es mayor en las zonas donde habita la población de menos ingresos, que coincide con los barrios con mayor proporción de afrodescendientes”, indica el documento. Pero lo paradójico es que Cartagena –por número de habitantes (1’013.389 al cierre del 2016)– es la quinta ciudad más grande del país y, con base en datos del 2014, si se mira por actividad económica registró un producto interno bruto (PIB) por habitante que equivale a 15,6 millones de pesos, que la convierte en la tercera con el valor más alto después de Bogotá (19,7 millones de pesos) y Bucaramanga (18,8 millones de pesos). Esa relevancia en su economía es atribuida al auge de los sectores mencionados, representados en hechos concretos como la modernización y puesta en marcha en el 2015 de la Refinería de Cartagena (Reficar).  Lo que ratifica a Cartagena como la cuarta ciudad industrial del país”, anota el informe. Así mismo, explican que su crecimiento se soporta en el promedio del turismo extranjero, que subió el 13 por ciento entre el 2011 y el 2014, mientras en el país ese aumento fue del 7,7 por ciento, y en el mundo, de 4,4 por ciento, de acuerdo con datos del 2015 de la Corporación Turismo Cartagena. Y para completar el tercer indicador del progreso de la ciudad se encuentra en el sector portuario que. Según la investigación, ha registrado un crecimiento importante, puesto que en el 2015 el puerto de Cartagena fue el que movilizó el mayor volumen de carga del país.
Tradicionalmente la familia ha sido la célula básica de la sociedad. Pero actualmente ese núcleo se encuentra en proceso de deterioro mutante y lo aterrador es que, en todo el mundo,  la colombiana es la que más cambios está sufriendo. Esto se puede concluir a raíz del Mapa Mundial de la Familia 2013, realizado en 47 países por el Child Trends Institute y la Universidad de Piura en Perú. La fecundidad ha disminuido en todo el mundo pero significativamente en América Latina. En Colombia es de 2,4 hijos por mujer, una cifra muy cercana al nivel de reemplazo poblacional que es de 2,1. Es apenas lógico que con la disminución de la nupcialidad, la falta de responsabilidad y de asumirla el hombre, la proporción de niños que nacen fuera del matrimonio haya aumentado en el país a más del 80 por ciento de los nacimientos vivos, un tema en el que Colombia vuelve a tener el más alto índice del mundo, según el estudio. En cuanto a la estructura familiar, los grupos conformados por los padres y sus hijos, es decir los hogares biparentales, le han cedido espacio a la familia extensa, conformada por abuelos, tíos y otros familiares. El estudio muestra que en Colombia el 53 por ciento de los niños vive el con sus padres, el 35 por ciento habita con solo uno y 12 por ciento vive sin ellos. Estas cifras coinciden con las arrojadas anteriormente por otros investigadores. En febrero del 2013, la revista The Economist en su edición ‘El mundo en cifras’ destacó que el país ocupa el primer lugar en el mundo en donde la gente menos se casa, con apenas 1,7 matrimonios por cada 1.000 habitantes. El panorama estaría incompleto si no se hablara de los hogares unipersonales y los monoparentales, conformados por un padre y un hijo, que han ido creciendo a costa de los tradicionales. La investigación mostró que el hogar unipersonal particularmente pasó del 3 por ciento al 12 por ciento entre 1978 y 2008. De hecho, uno de los puntos más visibles de esta investigación fue la ruptura entre el matrimonio y la sexualidad y la crianza. 

Esto significa que las mujeres ya no esperan a casarse para iniciar su vida sexual ni tampoco para tener hijos. Aunque el madresolterismo siempre se asocia a las jóvenes, y es un tema crítico porque para ellas puede ser una trampa de la pobreza, cada vez más mujeres adultas deciden ser madres de manera autónoma.  Estos datos son alarmantes y sugieren que la familia está en una crisis y en esta situación los únicos perjudicados son los niños, la generaciones futuras. También preocupa el efecto que esta nueva estructura puede tener en el desempeño académico de los niños. Según el estudio, los estudiantes con papa y mama tienen mayor probabilidad de seguir en el colegio y de alcanzar mayores niveles de comprensión de lectura, si se compara con aquellos que solo viven con uno o con ninguno. A demás  que los jóvenes de hoy son seres globalizados. “Un día están aquí y pasado mañana en otro lugar o tomar sus costumbres” y esas opciones que brinda ese mundo moderno de las comunicaciones les impide generar compromisos prolongados. Ante ello,  optan por el facilismo de las relaciones tipo ‘amigovios’. “Si algo va mal se van”. Sin embargo, en América Latina, a diferencia de Estados Unidos y Europa, los niños no tienen tantas desventajas en retraso escolar, posiblemente debido “a la contribución en el proceso educativo de la familia extensa que aún se ve en estas regiones”, señala Cristian Conen, investigador del Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana. Los estudios muestran una fotografía de las circunstancias de la época actual. “Son realidades que no se pueden negar”, Pero en lo que algunos de los expertos coinciden es en que la sociedad colombiana necesita una campaña para que dentro de estos grupos familiares primen valores como el amor, la comprensión y respeto y “se oriente a la población sobre la importancia de la presencia de ambos padres en la crianza de los niños”, como está establecido desde el principio de la creación.
La principal conclusión es sin duda que esta crisis está provocando un amplio aumento de la vulnerabilidad social –que afecta ya a más de la mitad de la población–, y un incremento de la desigualdad social en América Latina. Es amplísimo el volumen de hogares que ha protagonizado cambios sustanciales en su situación social, tanto en términos económicos como en cuanto al nivel de integración. Incluso sin llegar hasta las situaciones de exclusión social en algunas clase sociales, muchos hogares han visto precarizarse sus condiciones de vida. Esto expresa un modelo de integración social excesivamente basado en la dinámica del mercado (del trabajo, de la vivienda, del crédito…). El análisis nos muestra claramente algunos grupos sociales a los que se debe prestar especial atención:
a) los hogares jóvenes y los hogares con jóvenes, cuyo desarrollo tiene una importancia clave en la prevención de los procesos de exclusión social y pobreza de las nuevas generaciones; 
b) las mujeres con menores a cargo y con personas con minusvalías y, en especial, los hogares monoparentales; 
c) los hogares que han conformado los inmigrantes, cuyo proceso de integración social se ha visto fuertemente frenado y no acaban de ver reducirse las enormes diferencias sociales respecto del conjunto de la población.
Este avance de la exclusión, desde otra perspectiva, pone de manifiesto las goteras del sistema de protección social, «universal pero desigual e insuficiente». Es necesaria una mayor inversión en derechos sociales, especialmente en todos los aspectos educativos y laborales, que garantice la participación de todos en el empleo y en la riqueza social. Pero esto exige un cambio de mayor calado, y afecta al propio concepto de crecimiento/desarrollo social; o sea, el PIB no dice si la gente vive bien; éste no es el modelo económico, ni el PIB el indicador. El peligro de este avance de la exclusión es la ruptura de la cohesión social. Donde faltan los estudios, donde barrios enteros se convierten en guetos, donde la ausencia de formación y los trabajos precarios son la herencia de una generación a otra, se está generando un claro proceso de dualización y ruptura social. La familia es el gran factor transversal en América Latina y el Caribe. Ante la crisis, las personas buscan sus propias estrategias para amortiguar el impacto del desempleo, con el agravante que toman la opción equivocada de separación y de divorcio, disque para mejorar o estabilizar los ingresos. En general, las familias tratan de ajustar los gastos. Miembros que no trabajaban buscan empleo para complementar ingresos familiares en especial la mujer que está abocada a trabajar más de ocho horas diarias con el abandono del hogar. En algunos casos, se combinan ingresos de empleo con pensiones, prestaciones de desempleo, trabajos informales, o incluso ayudas familiares. Cada una de estas estrategias por separado, y la combinación de ellas, garantiza el mantenimiento de ciertos niveles de integración para muchos hogares, que a pesar de la vulnerabilidad no sufren procesos de fuerte deterioro de sus condiciones de vida. Pero no todos los hogares tienen posibilidad de construir esas estrategias de respuesta y por eso están sufriendo más el impacto de la crisis, se están viendo superados por ella. Las dificultades económicas han contribuido a que más de un 40% de las familias se hayan visto obligadas a atarse el cinturón ante la crisis (reducir gastos); un 20% de los hogares ha recurrido a la ayuda familiar y un 10% ha acudido a las instituciones en busca de ayuda. Por ello, si las redes sociales de inserción y las ayudas sociales flaquean, la cohesión social se resentirá. Si el Estado no proporciona la protección suficiente y falta el apoyo para revertir estas situaciones de extrema necesidad el grito será sálvese quien pueda, y se colarán los discursos xenófobos. Todo ello abrirá grietas en la cohesión social.

Si la exclusión tiene un carácter estructural, producida por ejemplo por el cambio del  tejido social, la pérdida del trabajo o la ruptura de ciertas coordenadas básicas de integración, las respuestas políticas y sociales deben ser estratégicas, tendientes a debilitar los factores que generan precariedad y marginación.
· Si la exclusión presenta una configuración compleja, por ejemplo una madre soltera y discapacitada, las políticas que traten de darle respuesta deben tender a ser formuladas desde una visión integral, con un alto nivel de coordinación entre los actores —ya sean ministerios públicos u organizaciones sin fines de lucro—, y desde la mayor proximidad territorial posible. Afrontar el problema desde un punto de vista local tiene ventajas en comparación con hacerlo en el ámbito nacional.
· Si la exclusión conlleva un fuerte dinamismo producido por la combinación de varios factores —como por ejemplo el fracaso escolar, la precariedad laboral, la desprotección social o la carencia de uno de los padres de familia—, las acciones de respuesta deben tender hacia procesos de prevención, inserción y promoción, fortaleciendo y restableciendo los vínculos laborales, sociales, familiares y comunitarios.
· Finalmente, si en la lucha contra la exclusión uno de los elementos es habilitar y capacitar a las personas, las políticas públicas deben tender a incorporar procesos e instrumentos de participaciones personales y comunitarias y de fortalecimiento del capital humano y social.
Es claro que el panorama es sombrío y de un futuro incierto con señales catastróficas para la sociedad y por ende para la el futuro de la humanidad. “Si no protege a la familia la sociedad se destruye a sí misma” «Hemos de evitar que una difundida mentalidad sacrifique a la familia sobre el altar del egoísmo, del consumismo y del individualismo». 
Pero el amor del Señor es eterno y siempre está con los que le temen; su justicia está con los hijos de sus hijos, con los que cumplen su pacto y se acuerdan de sus preceptos para ponerlos por obra.

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