Esta
crisis está provocando un amplio aumento de la vulnerabilidad social y un
incremento de la desigualdad social en latinoamerica. Llegar a situaciones de exclusión
social, además, muchos hogares han visto precarizarse sus condiciones de vida. En
América Latina y el Caribe ser indígena, negro, mujer o discapacitado aumenta
las posibilidades de pertenecer al grupo de los excluidos socialmente. La
exclusión social se define como una escasez crónica de oportunidades y de
acceso a servicios básicos de calidad, a los mercados laborales y de crédito, a
una infraestructura adecuada y al sistema de justicia. Sólo en los últimos años
se le ha dado mayor atención y análisis a una compleja serie de prácticas
sociales, económicas y culturales que tienen como resultado la exclusión social
y el acceso limitado a los beneficios del desarrollo para ciertos grupos de la
población, por ejemplo en Colombia hoy en día se le da mayor interés a grupos
como LGTB, exiliados venezolanos y la guerrilla. Irónicamente, en América Latina
y el Caribe los excluidos nos son una parte minoritaria de la población.
En varios países los indígenas y grupos de ascendencia africana constituyen la
mayoría. Estos últimos son considerados como los más invisibles de los
invisibles: están ausentes en materia de liderazgo político, económico y
educativo. A pesar de su invisibilidad, se estima que constituyen cerca del 30%
de la población de la región. Brasil, Colombia, Venezuela y Haití tienen las
concentraciones más numerosas de personas de raza negra.
¿Ha afectado la crisis económica a la cohesión de la sociedad como la
nuestra, y en concreto al aumento de los sectores excluidos? Un informe de
España la Fundación FOESSA (Fomento de
Estudios Sociales y Sociología Aplicada) y Cáritas a partir de sendas
encuestas, la primera de 2007 y la segunda de 2009, demuestra que la crisis
económica ha sido la gota que ha colmado el vaso en muchos hogares que ya
atravesaban una situación precaria, si esos es en España que podemos decir en nuestra América Latina y del Caribe cuando
un gran número de inmigrantes se vuelcan hacia Estados Unidos de Norteamérica
como único recurso para la sobrevivencia. .1 Conviene no olvidar que los
procesos de exclusión social y vulnerabilidad de nuestro modelo de integración
no son fenómenos nuevos generados por la crisis. Más bien al contrario, se nos
han mostrado como características estructurales de esta sociedad, que no hemos
sido capaces de transformar significativamente con los recursos que tenemos y
que ahora la crisis viene a ampliar y a intensificar.2 Lo novedoso es que ahora
la situación social de los sectores más necesitados difícilmente puede obviarse
en la agenda pública. El conjunto de factores que perfilan el riesgo de
exclusión social (dificultades para hallar una vivienda, desempleo, falta de
estudios en algunos sectores del país, pobreza, mala salud, dependencia física
y psíquica por la violencia, problemas de relaciones personales, de aislamiento
social alterando la unidad de la familia) está creciendo en la actual situación de crisis. El resultado es lo que
se vive el día a día, secuestros, atracos, homicidios, violaciones y los más desmoralizante
la corrupción de los integrantes de un gobierno, los políticos. En mi país se
dio a conocer un documento de estudios de economía regional del Banco de la
República, titulado ‘La exclusión en los tiempos del auge: el caso de
Cartagena’, elaborado por Jhorland Ayala García y Adolfo Meisel Roca,
codirector del Emisor. Esta investigación, que también analizó la
vulnerabilidad ambiental de La Heroica, describe los más importantes
indicadores socioeconómicos de esa ciudad frente a otras 12 capitales
colombianas, y allí se evidencia un rezago relativo de Cartagena en
materia de pobreza y cobertura de servicios públicos básicos. “En términos
ambientales, la vulnerabilidad es mayor en las zonas donde habita la población
de menos ingresos, que coincide con los barrios con mayor proporción de
afrodescendientes”, indica el documento. Pero lo paradójico es que Cartagena
–por número de habitantes (1’013.389 al cierre del 2016)– es la quinta ciudad
más grande del país y, con base en datos del 2014, si se mira por actividad
económica registró un producto interno bruto (PIB) por habitante que equivale a
15,6 millones de pesos, que la convierte en la tercera con el valor más alto
después de Bogotá (19,7 millones de pesos) y Bucaramanga (18,8 millones de
pesos). Esa relevancia en su economía es atribuida al auge de los sectores
mencionados, representados en hechos concretos como la modernización y puesta
en marcha en el 2015 de la Refinería de Cartagena (Reficar). Lo que
ratifica a Cartagena como la cuarta ciudad industrial del país”, anota el
informe. Así mismo, explican que su crecimiento se soporta en el promedio
del turismo extranjero, que subió el 13 por ciento entre el 2011 y el 2014,
mientras en el país ese aumento fue del 7,7 por ciento, y en el mundo, de 4,4
por ciento, de acuerdo con datos del 2015 de la Corporación Turismo Cartagena. Y
para completar el tercer indicador del progreso de la ciudad se encuentra en el
sector portuario que. Según la investigación, ha registrado un crecimiento
importante, puesto que en el 2015 el puerto de Cartagena fue el que movilizó el
mayor volumen de carga del país.
Tradicionalmente la familia ha sido la célula básica de la sociedad.
Pero actualmente ese núcleo se encuentra en proceso de deterioro mutante y lo aterrador
es que, en todo el mundo, la colombiana es la que más cambios está sufriendo.
Esto se puede concluir a raíz del Mapa Mundial de la Familia 2013, realizado en
47 países por el Child Trends Institute y la Universidad de Piura en
Perú. La fecundidad ha disminuido en todo el mundo pero significativamente
en América Latina. En Colombia es de 2,4 hijos por mujer, una cifra muy cercana
al nivel de reemplazo poblacional que es de 2,1. Es apenas lógico que con la
disminución de la nupcialidad, la falta de responsabilidad y de asumirla el
hombre, la proporción de niños que nacen fuera del matrimonio haya aumentado en
el país a más del 80 por ciento de los nacimientos vivos, un tema en el que
Colombia vuelve a tener el más alto índice del mundo, según el estudio. En
cuanto a la estructura familiar, los grupos conformados por los padres y sus
hijos, es decir los hogares biparentales, le han cedido espacio a la familia
extensa, conformada por abuelos, tíos y otros familiares. El estudio muestra
que en Colombia el 53 por ciento de los niños vive el con sus padres, el 35 por
ciento habita con solo uno y 12 por ciento vive sin ellos. Estas cifras
coinciden con las arrojadas anteriormente por otros investigadores. En febrero del
2013, la revista The Economist en su edición ‘El mundo en cifras’ destacó que
el país ocupa el primer lugar en el mundo en donde la gente menos se casa, con
apenas 1,7 matrimonios por cada 1.000 habitantes. El panorama estaría
incompleto si no se hablara de los hogares unipersonales y los monoparentales,
conformados por un padre y un hijo, que han ido creciendo a costa de los
tradicionales. La investigación mostró que el hogar unipersonal particularmente
pasó del 3 por ciento al 12 por ciento entre 1978 y 2008. De hecho, uno de los
puntos más visibles de esta investigación fue la ruptura entre el matrimonio y
la sexualidad y la crianza.
Esto significa que las mujeres ya no esperan a casarse para iniciar su
vida sexual ni tampoco para tener hijos. Aunque el madresolterismo siempre se
asocia a las jóvenes, y es un tema crítico porque para ellas puede ser una
trampa de la pobreza, cada vez más mujeres adultas deciden ser madres de manera
autónoma. Estos datos son alarmantes y sugieren que la familia está en
una crisis y en esta situación los únicos perjudicados son los niños, la
generaciones futuras. También preocupa el efecto que esta nueva estructura
puede tener en el desempeño académico de los niños. Según el estudio, los
estudiantes con papa y mama tienen mayor probabilidad de seguir en el colegio y
de alcanzar mayores niveles de comprensión de lectura, si se compara con
aquellos que solo viven con uno o con ninguno. A demás que los jóvenes de hoy son seres globalizados.
“Un día están aquí y pasado mañana en otro lugar o tomar sus costumbres” y esas
opciones que brinda ese mundo moderno de las comunicaciones les impide generar
compromisos prolongados. Ante ello, optan por el facilismo de las
relaciones tipo ‘amigovios’. “Si algo va mal se van”. Sin embargo, en América
Latina, a diferencia de Estados Unidos y Europa, los niños no tienen tantas
desventajas en retraso escolar, posiblemente debido “a la contribución en el
proceso educativo de la familia extensa que aún se ve en estas regiones”,
señala Cristian Conen, investigador del Instituto de la Familia de la
Universidad de La Sabana. Los estudios muestran una fotografía de las
circunstancias de la época actual. “Son realidades que no se pueden negar”, Pero
en lo que algunos de los expertos coinciden es en que la sociedad colombiana
necesita una campaña para que dentro de estos grupos familiares primen valores
como el amor, la comprensión y respeto y “se oriente a la población sobre la
importancia de la presencia de ambos padres en la crianza de los niños”, como está
establecido desde el principio de la creación.
La principal conclusión es sin duda que esta crisis está provocando un
amplio aumento de la vulnerabilidad social –que afecta ya a más de la mitad de
la población–, y un incremento de la desigualdad social en América Latina. Es
amplísimo el volumen de hogares que ha protagonizado cambios sustanciales en su
situación social, tanto en términos económicos como en cuanto al nivel de
integración. Incluso sin llegar hasta las situaciones de exclusión social en
algunas clase sociales, muchos hogares han visto precarizarse sus condiciones
de vida. Esto expresa un modelo de integración social excesivamente basado en
la dinámica del mercado (del trabajo, de la vivienda, del crédito…). El
análisis nos muestra claramente algunos grupos sociales a los que se debe prestar
especial atención:
a) los hogares jóvenes y los hogares con jóvenes, cuyo
desarrollo tiene una importancia clave en la prevención de los procesos de
exclusión social y pobreza de las nuevas generaciones;
b) las mujeres con
menores a cargo y con personas con minusvalías y, en especial, los hogares
monoparentales;
c) los hogares que han conformado los inmigrantes, cuyo proceso
de integración social se ha visto fuertemente frenado y no acaban de ver
reducirse las enormes diferencias sociales respecto del conjunto de la
población.
Este avance de la exclusión, desde otra perspectiva, pone de
manifiesto las goteras del sistema de protección social, «universal pero
desigual e insuficiente». Es necesaria una mayor inversión en derechos
sociales, especialmente en todos los aspectos educativos y laborales, que
garantice la participación de todos en el empleo y en la riqueza social. Pero
esto exige un cambio de mayor calado, y afecta al propio concepto de
crecimiento/desarrollo social; o sea, el PIB no dice si la gente vive bien;
éste no es el modelo económico, ni el PIB el indicador. El peligro de este
avance de la exclusión es la ruptura de la cohesión social. Donde faltan los
estudios, donde barrios enteros se convierten en guetos, donde la ausencia de
formación y los trabajos precarios son la herencia de una generación a otra, se
está generando un claro proceso de dualización y ruptura social. La familia es
el gran factor transversal en América Latina y el Caribe. Ante la crisis, las
personas buscan sus propias estrategias para amortiguar el impacto del
desempleo, con el agravante que toman la opción equivocada de separación y de
divorcio, disque para mejorar o estabilizar los ingresos. En general, las
familias tratan de ajustar los gastos. Miembros que no trabajaban buscan empleo
para complementar ingresos familiares en especial la mujer que está abocada a
trabajar más de ocho horas diarias con el abandono del hogar. En algunos casos,
se combinan ingresos de empleo con pensiones, prestaciones de desempleo,
trabajos informales, o incluso ayudas familiares. Cada una de estas estrategias
por separado, y la combinación de ellas, garantiza el mantenimiento de ciertos
niveles de integración para muchos hogares, que a pesar de la vulnerabilidad no
sufren procesos de fuerte deterioro de sus condiciones de vida. Pero no todos
los hogares tienen posibilidad de construir esas estrategias de respuesta y por
eso están sufriendo más el impacto de la crisis, se están viendo superados por
ella. Las dificultades económicas han contribuido a que más de un 40% de las
familias se hayan visto obligadas a atarse el cinturón ante la crisis (reducir
gastos); un 20% de los hogares ha recurrido a la ayuda familiar y un 10% ha
acudido a las instituciones en busca de ayuda. Por ello, si las redes sociales
de inserción y las ayudas sociales flaquean, la cohesión social se resentirá.
Si el Estado no proporciona la protección suficiente y falta el apoyo para
revertir estas situaciones de extrema necesidad el grito será sálvese quien
pueda, y se colarán los discursos xenófobos. Todo ello abrirá grietas en la
cohesión social.
Si la exclusión tiene un carácter estructural, producida por ejemplo
por el cambio del tejido social, la pérdida del trabajo o la ruptura de
ciertas coordenadas básicas de integración, las respuestas políticas y sociales
deben ser estratégicas, tendientes a debilitar los factores que generan
precariedad y marginación.
· Si la exclusión presenta una configuración compleja, por ejemplo
una madre soltera y discapacitada, las políticas que traten de darle respuesta
deben tender a ser formuladas desde una visión integral, con un alto nivel de
coordinación entre los actores —ya sean ministerios públicos u organizaciones
sin fines de lucro—, y desde la mayor proximidad territorial posible. Afrontar
el problema desde un punto de vista local tiene ventajas en comparación con
hacerlo en el ámbito nacional.
· Si la exclusión conlleva un fuerte dinamismo producido por la
combinación de varios factores —como por ejemplo el fracaso escolar, la
precariedad laboral, la desprotección social o la carencia de uno de los padres
de familia—, las acciones de respuesta deben tender hacia procesos de
prevención, inserción y promoción, fortaleciendo y restableciendo los vínculos
laborales, sociales, familiares y comunitarios.
· Finalmente, si en la lucha contra la exclusión uno de los
elementos es habilitar y capacitar a las personas, las políticas públicas deben
tender a incorporar procesos e instrumentos de participaciones personales y
comunitarias y de fortalecimiento del capital humano y social.
Es claro que el panorama es sombrío y de un futuro incierto con señales
catastróficas para la sociedad y por ende para la el futuro de la humanidad. “Si
no protege a la familia la sociedad se destruye a sí misma” «Hemos de evitar que una difundida mentalidad sacrifique a la familia
sobre el altar del egoísmo, del consumismo y del individualismo».
Pero el amor del Señor es eterno y siempre está con
los que le temen; su justicia está con los hijos de sus hijos, con los que
cumplen su pacto y se acuerdan de sus preceptos para ponerlos por obra.
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